Hoy quería que el correo que encontraseis en vuestra bandeja de entrada como cada domingo fuese un poco diferente. No habrá obsesiones o una actualización de mi vida. Simplemente, tres historias cortas que representan el perfeccionismo, la autoexigencia o los miles de estándares que privan a las mujeres de libertad en todas las etapas de su vida.
Dedicado a todas las mujeres que me rodean, me inspiran y me demuestran que no existen límites para nosotras
<3
Querido journal, hoy no quiero ir a ballet
Antes de la clase de hoy mi padre me ha dicho que vamos a comprar un nuevo maillot, que el que tengo ya no me sirve. Yo le pregunto si él cree que el resto de niñas también necesitarán uno nuevo. “Claro, ¿crees que eres la única que crece?”.
Cuando bailamos, me miro al lado del resto de niñas y me siento muy distinta a ellas. Menos coordinada, menos delicada, menos delgada. Me han dicho que las chicas que hacen ballet profesional no son como yo.
Los domingos por la noche me cuesta dormir porque sé que al día siguiente tendré que ir a ballet y mis padres nunca me dejan faltar. Aunque intento no intercambiar palabras con nadie, siento que sigo llamando la atención. Me gustaría que el resto notase mi presencia por lo bien que bailo. Por lo bien que me queda el maillot. Por lo divertida que soy. Siento que todas saben que no soy nada de eso. Intento que nadie se de cuenta.
Antes de la clase, el resto de niñas juegan al pilla pilla. A mí me gustaría pasármelo bien como ellas. Una de mis compañeras un día me dijo que era demasiado lenta para jugar, que entorpecía. Me sentí muy mal. Ahora me quedo en el baño hasta que empieza la clase.
Hace unos días les dije a mis padres que quería dejar el ballet. Me preguntaron por qué y yo les dije que no me gustaba, pero no les dije cómo me sentía. La verdad es que, yo tampoco tengo muy claro cómo me siento. Solo sé que no es mi lugar.
Querido journal, no quiero ser yo misma
Cada vez siento que me aterra más lo que pueda estar pensando el resto de mí. Necesito que la gente opine bien de mí. Para eso intento no llamar demasiado la atención: hablo bajito, muchas veces simplemente me limito a sonreír y asentir por miedo a decir algo inapropiado, visto con tonos neutros, no intervengo en clase… Cualquier cosa para no sentir cómo los ojos juzgadores de la gente se clavan en mí.
Hoy mamá me encontró llorando en mi habitación. No dejaba de preguntarme, muy alterada, qué me ocurría. No supe qué responderle porque ni yo misma lo sabía. Lo único que tenía claro era que había algo en mí que se sentía mal. Una especie de vacío que por más que lo intente nunca soy capaz de explicar. No me siento cómoda en mi piel. Son tantas las veces que he deseado haber nacido en otra, o poder mutar como un réptil, hasta dar con la que me guste. Hasta dar con la que la gente acepte.
Cuando mis padres salen de casa, hago ejercicio en mi habitación. He notado que mi abdomen no es tan plano como el de mis amigas y solo tengo tres meses para cambiarlo hasta que llegue el verano. Me aterra que lleguen las dos horas semanales de Educación Física. No quiero que nadie sepa que soy lenta corriendo, que no tengo coordinación, o que mi cuerpo no se parece al de mis amigas.
El otro día empecé a pensar que es imposible que alguien me eligiese a mí, que es imposible que le pueda llegar a gustar a alguien. Veo al resto de chicas, tan guapas, listas y seguras de sí mismas, y por un momento me imagino cómo debe de sentirse ser así.
Querido journal, me aterra salir de casa
Desde que sufrí ese ataque de ansiedad en el trabajo, no he sido capaz de llevar una jornada con normalidad. Me siento culpable, inmadura e irresponsable. No soy capaz de cumplir con mis obligaciones como de costumbre. Cada vez que siento algo de responsabilidad, o que la montaña de cosas que hacer aumenta, mi cerebro se bloquea por completo. Mi corazón empieza a latir, cada vez más agitado, la vista se me nubla. Siento que allá donde voy, el resto piensa que soy molestia.
Hoy salí a las 8 de casa y no volveré hasta la noche. Antes de irme les di un beso a Carla y Mario, que todavía dormían con sus caras de angelitos. Me tuve que secar las lágrimas en el trayecto en coche. Me duele no poder despertarlos, hacerles el desayuno, llevarles al colegio.
Llegar a casa y escucharlos corretear torpemente hacia la puerta nada más introduzco la llave en la cerradura me genera una punzada en el corazón. No me siento un buen ejemplo para ellos.
Desearte que llegue el día que cada una de ellas, si son tres personas distintas, se acepte tal y como es. Perfectamente imperfecta como el resto de servicios s humanos y sobre todo que no necesiten validación externa para tener autoestima porque así jamás la obtendrán. Que vean aquello en lo que sí son buenas, seguro que habrá muchas cosas que se les daran bien😘😘